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Regla de San Benito


Cuerpo Místico de Cristo
Sobrenaturalidad
Espiritualidad
Sensibilidad
Vegetatividad
Operatividad
Comunicabilidad


 

 

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Cuerpo Místico de Cristo

Queda hoy fuera de toda duda el hecho de que nuestro Padre San Benito, al redactar su Regla, tuviera en la mente un esquema perfecto y depuradamente trazado, al que adoptó la estructura y el contenido de toda su Regla.

La pauta que él se propuso seguir no es otra que la más sublime del Cuerpo Místico de Cristo, revelada por el Espíritu Santo. La aplica y la va desarrollando maravillosamente a lo largo de su Regla. No se encontraría más apropiada, más segura ni más santa.

Doctrina del Cuerpo Místico

Para facilitar y hacer más comprensible la exposición de la verdad que se presenta haremos memoria de los puntos básicos de la Doctrina del Cuerpo Místico de Cristo, ya que ni su enunciado, ni la exposición explícita de sus puntos aparecen manifestados en la Regla de San Benito.

Encontramos explicada la Doctrina del Cuerpo Místico de Cristo en la Carta a los Romanos (12.5). San Pablo decía, refiriéndose al conjunto de los seguidores de Cristo: “Así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, y ningún miembro tiene la misma función, así nosotros, siendo muchos y, literalmente los muchos, es decir, todos los que formamos esa multitud en unidad compacta, orgánica y vital, comparable a la del cuerpo humano, formamos un solo cuerpo en Cristo siendo cada uno de nosotros miembros en correlación con los otros”. Ello significa que cada miembro del Cuerpo Místico está ordenado a configurar, con los demás, un todo homogéneo y vario, tanto como los miembros vivos configuran el cuerpo humano.

También explica San Pablo la Doctrina del Cuerpo Místico en la Primera Carta a los Corintios (12), la cual nos dice que nadie puede negar a Cristo si tiene al Espíritu Santo, como tampoco confesar a Cristo sin tener al mismo Espíritu pues “en un solo Espíritu todos nosotros hemos sido bautizados, para formar un solo cuerpo… y todos hemos bebido del mismo Espíritu”. Y el apóstol concluye: “Que ningún miembro diga que no forma parte del cuerpo…” ya que somos miembros que compartimos con los otros, según la acertada comparación que hace el apóstol de nuestro propio cuerpo, en el cual “cuando un miembro se duele, los demás se resienten y concurren a remediar su dolor y su mal”. Amplio es el corazón del hombre y la caridad debe ir creciendo en él como el río caudaloso que se ensancha a medida que avanza… hasta perderse en el mar.

Conformación del cuerpo humano

Podemos constatar que nuestro cuerpo, donde habita el alma, está formado por diversos miembros con funciones específicas y en unidad armónica, constituyendo un organismo único en su género.

Es fácil ver en nosotros ciertas actividades que obran por su cuenta, con independencia de nuestro querer y obrar, como por ejemplo, el crecer, el respirar, el digerir… Otras acciones las realizamos por nuestro poder y querer, como escribir, leer, pensar… Podemos, así, distinguir un conjunto de acciones que se agrupan según una determinada jerarquía. Entre todas ellas, sin duda, las más importantes son las que ejercemos con nuestras facultades, llamadas superiores, como son pensar, juzgar, querer… las cuales se elevan sobre cualquier otra especie viviente y sensible. Somos seres dotados de capacidades espirituales.

Otro grupo de actividades que experimentamos en nosotros tienen lugar más en la periferia y en relación más directa con el mundo exterior. Son las sensaciones o conocimientos sensitivos que, aún cuando las percibe un mismo sujeto espiritual, forman parte de un sistema inferior como son ver, oír, gustar… que nos asimilan a los demás seres sensitivos.

Las funciones meramente fisiológicas, como la circulación de la sangre, el metabolismo en general… escapan a nuestra conciencia y actúan por cuenta propia, si bien en razón con la propia conducta y en unidad y conexión de todo el ser es posible alterar su curso y su desarrollo normal. Estas operaciones independientes nos asemejan al que llamamos reino vegetal.

Si quisiéramos establecer una prioridad de localización a los tres grados que acabamos de mencionar, relacionando cada uno de ellos con una parte del cuerpo, sin duda daríamos esa prioridad a la cabeza, como su sede cerebral. A la parte superior del tronco le reservaríamos el centro de la emotividad y la sensibilidad, por la repercusión que éstas producen en el corazón; y a su parte inferior le asignaríamos las funciones de mantenimiento y de conservación, en las cuales prevalece el concepto de vegetatividad.

Al margen quedarían los miembros superiores, los brazos, y los miembros inferiores, las piernas. Ni los unos ni los otros son, estrictamente hablando, indispensables para la vida del cuerpo, más si lo son para su integridad y funcionalidad. Los superiores los empleamos, preferentemente, para obras. Los inferiores para desplazarnos y comunicarnos. Existe preeminencia de aquellos sobre éstos.

Hemos establecido una gradación, basada en una apreciación generalizada, no en una concepción científica de riguroso criterio. Racionalidad o espiritualidad, emotividad o sensibilidad y vegetatividad son grados que algunos filósofos denominan grados metafísicos porque señalan tres categorías de fenómenos con sede en el complejo psicosomático. Son también contenidos de valor inmmanente, es decir, que forman un conjunto en un solo ser vivo, en oposición a las operaciones externas que son de acción transeúnte, figuradas por los miembros superiores e inferiores del cuerpo humano.

El prólogo de la Regla

Conviene señalar que el Prólogo anuncia de manera manifiesta que la doctrina que expone la Santa Regla se fundamenta toda ella sobre el concepto de obediencia sobrenatural.

“A ti me dirijo, quienquiera que te decides a empuñar las gloriosas y muy poderosas armas de la obediencia”, establece San Benito. Para él, la obediencia está en la base de toda la estructura espiritual del Cuerpo Místico Monástico que él se propone instaurar. Lo recalca con claridad: “mediante la renuncia de tus propias voluntades”. Y para que no quede lugar a dudas prosigue: “al objeto de servir en las filas del verdadero Rey, Cristo, el Señor”. Y por el único camino: “para que retornes por las penalidades de la obediencia”. Militar en las filas de Cristo es servir bajo el estandarte de la Cruz, por el camino laborioso de la obediencia que Cristo anduvo por amor a Dios y al hombre.

Esta es la escuela del arte espiritual que se propone instaurar San Benito: hacer monjes perfectos mediante la obediencia a imitación de Cristo. La perfecta obediencia implica cumplir los mandamientos, practicar los consejos evangélicos y someterse a las ordenanzas de los legítimos representantes de Dios. Es, en resumen, el cumplimiento de la voluntad de Dios con la mayor perfección. Y tal como indica el propio significado de la palabra obediencia, tanto en latín como en griego y en hebreo, significa “oído atento y sumiso”, someterse a la voz que ordena, en referencia a Dios, al Padre Celestial, por cuyo amor obedecemos incluso en la más leve insinuación de su santísima voluntad.

Más no es cosa sencilla, como pronto comprobaremos, distinguir siempre y acoger con facilidad la divina inspiración; ni siquiera, en ocasiones, conocer cuál es la voluntad de Dios. Por ello se hace necesaria la erección de una escuela que nos enseñe adecuadamente este arte espiritual. La obediencia es tan indispensable, nos dice el Prólogo, porque es del todo necesaria para alcanzar la santidad. Sólo con ella se correrá, al fin, por el camino de los mandatos divinos, gracias la inefable dulzura del amor de Dios.

Preámbulo

Consecuentemente San Benito, procediendo con lógica, comienza por fomentar la obediencia y la establece en los siete primeros capítulos, con todos sus elementos esenciales.

Declarado y establecido este motivo sobrenatural del Cuerpo Místico Monástico, pasa a las funciones vitales y a sus propias operaciones comenzando por la más noble, la espiritual; con tal fin, ordena el Oficio Divino, por el cual los monjes se unen a Cristo por el Espíritu en una sola alabanza al Padre (instituyendo el tributo mínimo de un salterio espiritual); en tanto que como Cuerpo, que consta de órganos y miembros, es orgánico, por tanto, regula la relación vital y sensible de los miembros; y como está constituido en el orden temporal, viviente y necesitado de las cosas temporales, ordena el uso con verdadero espíritu evangélico de pobreza. Así concluye todo lo que se refiere al ser del Cuerpo Místico, y pasa a considerar los actos: el obrar, que se seguirá como consecuencia natural de su ser, primeramente dentro del recinto del monasterio, operando los actos propios del Cuerpo Monástico, y después, en relación con el exterior, ya que se encuentra comunicando por necesidad con él.
He aquí un orden sorprendentemente lógico: sobrenatural, espiritual, orgánico, viviente, operante y comunicante.

Sobrenaturalidad

Cuerpo Místico Sobrenatural

Sobrenaturalidad

A continuación los siete capítulos que exponen toda la doctrina esencial de la vida monástica en el sentido que esta es sobrenatural. La podemos resumir diciendo que el monje abraza la obediencia por el deseo de alcanzar, seguro y pronto, aquella exaltación celestial, a la que se llega por la humildad de la vida presente y espera del Señor, que se dignará, por su bondad, a ir levantando aquella escalera que lo llevará a la cima de la perfección, mientras él se irá ejercitando en el manejo de los instrumentos de buenas obras, perseverante y confiando a la vez, acotando la mirada en el ejemplo de Cristo en la gloria del Padre.

 

Espiritualidad

Cuerpo Místico Espiritual

Espiritualidad

Una vez constituido el Cuerpo Monástico en el orden sobrenatural, se le considera ahora en sus funciones propias y vitales. La primera, correspondiente a los grados metafísicos, es la racionalidad o la espiritualidad, es decir, el ejercicio del espíritu y de la mente: «oraré con el espíritu y con la mente; salmodiaré con el espíritu y con la mente». Después vendrán, en los dos títulos siguientes, las funciones correspondientes a la sensibilidad y a la vegetatividad.

Pues, con razón se trata aquí de la mente y de la voluntad de este Cuerpo, que serán la mente y la voluntad de Cristo, tal como lo expresa la Escritura: «La cabeza es Cristo.» Y «sentid en vosotros mismos lo que sintió Jesús.» «Ofreciendo a Dios el cuerpo como una oblea viviente, en un culto racional». En la alabanza divina se funden las mentes y las voluntades en Cristo, nutriéndose el Cuerpo Monástico espiritual en el Espíritu. Este contacto renovador del Espíritu en la alabanza a Dios con Cristo se extiende durante el día y no se desprecia, sino que se intensifica por la noche.
El orden lógico pide el orden del día natural.

 

Sensibilidad

Cuerpo Místico Sensible

Sensibilidad

Cristo es la cabeza, a quien este Cuerpo Monástico une, y con Él y por Él se ofrece al Padre como hostia viviente, obsequio racional, alabanza perenne. Este Cuerpo consta de órganos y de miembros conexos entre sí, y con la cabeza, el Cristo, pero también con el Cristo viviente, el abad. La sensibilidad preside y regula la salud y su conservación entre todos los miembros. Corresponde tratarla en el presente título.

Corazón compasivo

Carga de responsabilidad compartida por toda la Comunidad: decanos, encargados, ayudantes y el resto de miembros.

Enfermedad del Espíritu

Síntomas de indisposición: actitud de eludir, de esquivar… Así como la salud del cuerpo conoce variaciones o alternancias, de manera semejante el alma suele pasar por épocas de más euforia y otras de decaimiento.

Si las variaciones del estado general del monje llegan a incidir en la regularidad de su conducta, la caridad de los hermanos llevará a remediar el miembro afectado.

Si la dolencia llegara a afectar al buen orden de la vida en común, el celo del Superior, de los responsables mayores y de todos los hermanos, tratarían, con gran caridad, de aplicar el remedio más conveniente para curar al enfermo y restablecer el orden

Vegetatividad

Cuerpo Místico Vegetativo

Vegetatividad

Constituido ya el Cuerpo Monástico Sobrenatural, en sus partes más nobles —espiritual y moral— conviene, ahora, considerarlo en el empleo de las cosas temporales.

El Cuerpo Monástico, en sus funciones más relevantes, de alguna manera, corresponde a los dos grandes mandamientos de amor a Dios y al próximo. El amor a Dios debe colocarse sobre todas las cosas, y el amor al próximo se debe medir como el amor a uno mismo. Nos queda, ahora, ver cómo debemos amarnos a nosotros mismos («Nadie desprecia su propia carne.» —Dice el Apóstol, Ef 5,29) y cuál debe ser nuestro comportamiento en relación con las necesidades corporales y el uso y disfrute de los bienes materiales, indispensables para nuestra subsistencia.

 

Operatividad

Cuerpo Místico Operante

Operatividad

Hasta aquí hemos observado el Cuerpo Monástico en su ser, ahora lo contemplaremos en su obrar en relación con el tiempo y el espacio, dentro del recinto del monasterio (operatividad), y en la comunicación con el exterior (comunicabilidad).

Aquí es aplicable el instrumento de las buenas obras de la Regla (capítulo IV) núm. 48: «Velar en todo momento sobre la propia conducta». Al santo Patriarca no le preocupa tanto lo que se debe hacer en cada momento de la jornada, sino la forma en que debe hacerse.

Para el ojo profano impresiona la manera digna y precisa de cómo se comporta el monje, más que la habilidad en su trabajo. Ocurre lo mismo con las palabras que pronuncian que probablemente no edifican tanto como el hábito del silencio monástico. Es sorprendente la preocupación extrema de perseguir los más mínimos desórdenes en el desarrollo de la vida monástica. Claramente vemos que al santo legislador le preocupaba menos el volumen de tiempo destinado al trabajo o la lectura que el orden, la medida y la dignidad en todo el obrar del Cuerpo Monástico.

 

Comunicabilidad

Cuerpo Místico Comunicante

Comunicabilidad

Atención a la relación externa

El Cuerpo Monástico no puede sustraerse a la relación con el exterior. El mismo Cristo debe llegar a él en la persona del huésped, por lo tanto hay que estar prevenido para atender convenientemente las visitas que acudirán al Monasterio, así como dar salida a las necesidades que provienen del interior, tanto en el orden espiritual, como en el moral, hay que consignarlas y ordenarlas puntualmente.

Exigencias inevitables del exterior

Vendrá Cristo al Monasterio… Vendrá el familiar… El clima penetrará en el recinto sagrado.

Exigencias desde el interior

Conveniencias materiales: venta de productos, admisión de candidatos, promoción al sacerdocio, nombramiento del superior…

RESUMEN

San Benito nos presenta de manera realmente admirable la forma de tratar las relaciones necesarias e inevitables entre el cenobio y el mundo exterior. No hay en él expresión despectiva, ni siquiera un tono despreciativo hacia el mundo que Cristo viene a redimir y salvar. Dios ama el mundo y ha entregado a su Hijo para salvarlo. El monje ama al mundo y quiere salvarlo santificándose con Cristo en el claustro.

Es agradable constatar con cuánta nitidez trata San Benito la relación entre el monje y el mundo. ¡Cuánta caridad! ¡Qué derroche de ternura, ciencia y penetración! Porque si San Benito no ignora los peligros del mundo, también sabe que de fuera del cenobio puede venir ayuda y salvación en trances de dificultad interna.

¡Bendito sea Dios que inspira al Santo Patriarca tanta luz, tanta sabiduría y tanta caridad!